El periodista gay que escribía cuentos de terror.

 

 

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El periodista gay que escribía cuentos de terror.

Mario Alonso Prado Cabrera murió una noche a los 28 años de edad, ahora es Glenda, una hechicera, escritora, periodista, activista y política orientada a la izquierda que lee a Lovecraft y al poeta tabasqueño José Carlos Becerra. Lucha por los derechos de la comunidad homosexual y sueña con volver a pisar la redacción de un periódico. En marchas y manifestaciones camina en solitario, como queriendo guardar en su memoria un trozo de historia que algún día contará.


Aquí está la suya.


Empezó aquella noche de 7 de junio de 1997, cuando como Superman cambió su atuendo escondiéndose en una caseta de ferrocarril, guardó su camisa y pantalón de vestir en una mochila, se maquilló y se pintó los labios. Ajustó un sostén a su pecho y salió convertido en mujer, taconeando por las calles ensombrecidas del centro de la ciudad.


A esa hora el aire seguía tibio. Un hombre se acercó; intercambiaron saludos, tal vez un piropo. Decidió regresar a casa en la colonia Talleres, pero un convoy de Seguridad Pública pasaba por las calles de Edison y Guadalupe Victoria. Permaneció parado en el bulevar, pero la última patrulla se detuvo e inundó de luces azules y rojas su cara de hombre, de colores centelleantes y ojos tristes.


Uno de los policías lo reconoció y ordenó arrestarlo. Se habían conocido en las oficinas de gobierno del estado de Nuevo León, cuando Mario Prado cubría la noticia.


Arriba de la patrulla preguntó: “¿Por qué me levantas? Bájame, sabes quién soy. Acuérdate cuando platicábamos en la entrada de Prensa de Gobierno”. Mal encarado, el oficial respondió: “Yo no hablo con putos”.


—Ahí me di cuenta de que la situación había cambiado totalmente. A partir de ese momento no volví a abrir la boca.


En la delegación trató de inventar algo que lo salvara del apuro; algo que borrara ese día en que se festejaba la libertad de expresión, cuando por la mañana desayunó con Chuy Hinojosa, el alcalde de Monterrey.


—En ese entonces no me había destapado abiertamente. Me salía por las calles en las madrugadas a dar vueltas por el centro, lo hacía a lo pendejo. No me daba cuenta de que en algún momento ese asunto me iba a estallar en la cara, y me estalló. No estaba preparado para afrontarlo. No entendía que era una situación que debía abordar, que era como el alcoholismo, para tratar de encontrar una solución.


Aquel día había salido de trabajar a eso de las tres de la tarde, cuando generalmente acababa de escribir a las ocho de la noche. Los policías contestaron: “Aaah. ¿Eres reportero? ¿Qué andas haciendo vestido de vieja?”.


—Lo primero que se me ocurrió fue: “Ando haciendo una investigación”. No ubicaba nada, como si me hubieran dado un mazazo en la cabeza. Fue lo único que se me ocurrió decir para que mi madre no supiera.


Ellos tomaron el teléfono y marcaron a la redacción del periódico ABC. Pidieron hablar con el jefe de información.


—¿Mario Prado Cabrera? Lo agarramos vestido de mujer, pero dice que está haciendo una investigación.


—No, él terminó su turno a las tres de la tarde y hasta mañana entra.


Los policías le advirtieron que lo iban a tener afuera de las celdas, sentado en una banca hasta que llegaran sus compañeros reporteros de la fuente judicial. Traía una mochila donde cargaba su ropa de hombre: “No te vamos a dejar cambiar hasta que vengan a verte”.


—Hasta que terminó la pasarela me dejaron ir. Dejaron que me cambiara. Me habían dicho que iba a salir en el periódico al día siguiente.


* * *
Glenda asegura que Mario Prado Cabrera murió esa noche, cuando lo descubrieron, exhibieron y humillaron: Mario no existe, está muerto desde entonces.


Llevó una doble vida por mucho tiempo. Incluso tuvo novias.


—Yo me visto de niña desde los ocho años. Tengo 43. Cuando se supo después, mucha gente no lo podía creer. Para la mayoría, ser gay, travesti o lesbiana tiene que ser muy obvio. Tienes que verlo en la calle, en la estética: amanerado, amariconado. A mí nunca me vieron nada de eso.


Y es que Glenda tiene facciones duras, voz de hombre; cuerpo delgado y manos flacas, suaves… como de papel: “Tú me ves de mujer y esas cuestiones de mariconeo, de joteo, no se me dan. No son parte de mi personalidad”.


Su casa en Saltillo parece más bien la de un intelectual. Alguna vez escribió cuentos históricos. Ahora, y desde hace muchos años, crea cuentos de terror. El factor sorpresa es lo que más lo seduce. Y lee el futuro en las cartas. Hace hechicerías, amarres de amor. Brujería con imposición de manos.


A veces vuela alto.


* * *


Al día siguiente de su detención, Mario Prado revisó todos los periódicos con la esperanza de no hallar nada. Era domingo y fue a trabajar. El lunes descansaba. Llegó, redactó sus notas, revisó sus fuentes. Y se fue.


—Obviamente no iba a salir nada, porque el hecho de que un periodista se vistiera de mujer, saliera a la calle y lo balconearan, era una vergüenza para el resto del gremio. Antes había sabido de otro compañero al que le pasó lo mismo, pero nunca averigüé quién era; si llegaba a preguntar iban a decir: “Ah, eres de los mismos”.


El martes llegó a la redacción y el jefe de información lo mandó a llamar:
—Yo me visto de mujer —respondió.


—No lo hubieras hecho, vuelve a tu trabajo, deja ver qué hacemos.


Al otro día le restregó en la cara:


—Ya hablé con el director, dijo que no quiere putos en el periódico.
Le explicaron que era muy buen periodista, que había hecho mucho por la empresa.


—Me pagaron mi finiquito, mi renuncia y me echaron. Salí caminando con mi dinero en la mano y lo primero que hice fue buscar trabajo en otro periódico.


Al mes llamó por teléfono al entonces editor de El Gráfico de Guadalupe, Nuevo León. Del otro lado de la línea, respondió: “Eh, güey, qué pasó, hasta chupamos juntos, tú eras machín y me saliste de estos cabrones”.


Mario Prado se dio cuenta de la situación que atravesaba.


* * *


Cuando Glenda hurga en el pasado, recuerda que cuando estudiaba en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Nuevo León, Mario Prado Cabrera quería escribir.


Un compañero le comentó a él y a la ahora poetisa Ofelia Patricia Pérez Sepúlveda que en el diario Tribuna buscaban a alguien que escribiera cuentos y poesía. El único requisito era redactarlos en las instalaciones del periódico.


Mario Prado había publicado en el suplemento cultural de El Nacional. Y de repente encontró espacio en Tribuna, donde se quedó a trabajar en la sección de cultura, cuya cobertura alternaba con la sección local y la Facultad de Comunicación. Posteriormente escribió en El Nacional, El Informador de Guadalupe, El Porvenir y ABC. Después vino la detención.


—A partir de ahí mi carrera periodística se acabó, más bien dio un giro total. Si estaba como una línea recta, de pronto se hizo una escalerita porque las cosas se pusieron muy difíciles. Durante un año no conseguí trabajo. El medio era muy homofóbico, muy cerrado, muy misógino.


Mario Prado cayó en depresión. El 7 de enero de 1998 abrió las llaves de la estufa de gas y se quiso suicidar. En una autobiografía publicada en enero de 2008 en el periódico La Rocka, a la que tituló


“Cómo ser transgénero en Monterrey (y no morir en el intento)”, contó:


“El gas invade poco a poco la cocina, acostado en el piso se apodera de mí un sueño cada vez más pesado…Siento que ya no tengo nada que perder, lo he perdido todo, trabajo, novia, estudios, el futuro servido en bandeja de plata; un jale seguro en el ABC… Apenas puedo respirar, un pensamiento me despierta: ¡si te vences vivirás arrepentido toda la eternidad viendo pasar ante tus ojos la existencia que rechazaste… Vendrán tiempos muy duros, pero la decisión está tomada; viviré”.


Después acudió a un congreso, en el que conoció a una persona de la comunidad gay, quien finalmente lo ayudó, poco a poco, a salir del bache.


—Cuando estás en esa situación así, buscas platicar con las personas más parecidas a ti, con las que te puedas desahogar. A partir de ahí me engancharon.


En mayo de ese año empezó a buscar trabajo en Tamaulipas y Coahuila, escribiendo sin goce de sueldo en El Demócrata, El Heraldo, Diario de Coahuila y Espacio 4, hasta que empezó a obtener algo de dinero. Saltillo fue su casa durante un tiempo.


Finalmente escribía.


—El periodismo es como ser gay. No es gripa, no se quita.


* * *


Cuando se encontraba en una de sus crisis depresivas, Mario Prado Cabrera encontró cobijo en la carretera a García, Nuevo León, acompañando a los travestis y homosexuales que se prostituían. Ahí nació Glenda, en una amistad nocturna de asfalto, ropa ajustada y estrellas blancas en un cielo incierto, como el destino.


—Un día que andábamos en la carretera, una de ellas me gritó “Glenda” y no le hice caso. Todas me empezaron a decir Glenda. Y se me empezó a quedar. Un día pregunté: “¿Por qué me dices así?”. Respondió que no había Glendas; había muchas Thalías, muchas Paulinas, pero Glendas no.


Todavía le explicó: “Se me ocurrió decirte Glenda porque se me hizo muy original”.


–Me di cuenta de que no me lo podía quitar porque ya estaba en todos lados. Fui Lorena, o Paulina. A lo mejor me hubieran gustado muchísimos otros nombres.


Glenda nunca se prostituyó. Rondar por la carretera la ayudaba a despejar su mente. Su rutina de las noches consistía en llegar, cotorrear un rato, caminar un rato y sentir la oscuridad. Regresaba a casa a las cuatro de la mañana.


* * *


Mario Prado fue hijo único de Irene Cabrera y Abundio Prado Castillo. Lo tuvieron casi a los 50 años. No lo esperaban.


—Yo no fui abusada sexualmente, a lo mejor fui abusada sicológicamente. Y a veces el abuso sicológico es más cabrón que el sexual.
Abundio Prado era un hombre duro, dominante; ferrocarrilero, trabajaba de noche. Mario Prado vivió la infancia al lado de su madre, una mujer sumisa, sin estudios. Abundio la humillaba. Había estudiado hasta preparatoria: cantaba, pintaba. Alguna vez la golpeó.


Familiares cercanos llegaron a decir que la relación padre e hijo no existía. Parecían todo, menos lo que eran.


—Yo estaba totalmente dominado por él. Quería estar a mi mismo nivel, se acostaba a un lado para estarme cuidando. Era una relación muy rara porque parecía que no era su hijo, parecía su esposa; mamá no contaba ahí. Me llevaba al cine, a viajar; provocó que me convirtiera en un ser inútil, inestable, inmaduro, muy dependiente de él.


A los 10 años de edad papá encontró a Mario vestido de mujer, maquillado. Llegó a romper muchas medias de mamá, a tomar sus vestidos.


—Se me quedó viendo, movió la cabeza como pensando algo, como que se le vino a la mente: “Aah, mi certeza era cierta”, y se fue.
Nunca dijo nada. Ni en la adolescencia, cuando lo volvió a encontrar en la misma situación.


Mario Prado recordó en su texto: “Las imágenes vienen a mi mente una tras otra noche: calles, pelucas, masturbaciones, lipsticks y espejos, muchos espejos donde mi cuerpo se transforma, se transfigura constantemente hasta volverme una verdadera mujer; adolescente, niña que corre por una calzada lluviosa a los brazos de su amado; al hombre que más quiso, que más odió, que más lloró, su padre…


“…En algún punto de los setenta (principio del ¿78?, ¿79?). Hace frío, me acurruco bajo las colchas hecho pollito atrás de papá, que mira al infinito buscando taladrar en la oscuridad el por qué de esa mañana, de ese niño con brassiere y peluca asomando asustado debajo la cama donde ahora intenta dormir sintiendo mi cuerpo pegado al de él, ese cuerpo delgado, lampiño, que ya empieza a soñar ser mujer”.
Abundio Prado murió de un infarto en mayo de 1994. Antes de partir le dijo a su esposa que le encargaba mucho a su hijo, que era una persona muy especial, que ella no tenía la capacidad para cuidarlo.


* * *


El mayor sueño de Glenda es volver a trabajar en una redacción. Desde el 7 de junio de 1997 su vida se ha reducido a buscar trabajo en periódicos. Aunque ha escrito y reporteado, ha sido de manera temporal. Desea volver a ser lo que es.


—Yo soy un intelectual, esta imagen no me despoja de mi esencia ni de lo que yo soy. Soy escritora, intelectual, política. No te vayas con el estereotipo. Estudié letras, historia, comunicación y periodismo. Por el hecho de estar así, no voy a negar todo eso. Soy periodista por naturaleza.


Glenda escribe cuentos de terror desde hace muchos años; primero fueron de historia. El terror la apasiona más. Ha sido invitada como ponente en encuentros de escritores LGBT, en Guadalajara, el DF, Veracruz y Monterrey. Lee a Lovecraft, Hemingway, José Carlos Becerra, Xavier Villaurrutia. Edgar Allan Poe no le gusta, se le hace muy obvio. Tiene un blog con sus narraciones: glendaalasdelibelula.blogspot.mx.


Glenda piensa que la gente no imagina que los transexuales llevan una vida cotidiana.


—La renta se tiene que pagar, los recibos se tienen que pagar, tengo que vivir de algo. Se te mete la tinta en las venas y no se te sale. Nunca voy a dejar de ser periodista.


Trabajó un tiempo, ya en el año 2000, en la revista Roda y Ecos, donde cubrió el Congreso del estado como reportera transexual.


La revista se acabó y en agosto de 2009 llegó a Saltillo, su refugio, después de la muerte de su madre.


—Tenía muchos años que le había dicho a mi madre que me quería ir a la Ciudad de México porque creía que iba a haber más oportunidades. La única razón por la que no me iba era ella. Sentía que allá había dado todo lo que tenía que dar.


* * *


La primera organización que ayudó a Mario Prado fue Acción Colectiva por los Derechos de las Minorías Sexuales (Acodemos), de Abel Quiroga. Lo primero que debía hacer, le aconsejaron, era aceptarse tal como era, o es.


Después lo apoyó Género, Ética y Salud Sexual, de María Aurora Mota, hasta que Mario decidió formar Colectivo La Libélula, AC, inactiva porque se cambió de estado.


—Mamá no agarró la onda. Al principio no ubicó, luego se evadió; cuando me llegó a ver vestida de mujer no quería aceptarlo.
Todo empeoraba cuando en el vecindario le metían ideas en la cabeza, se portaban hostiles.


—Fue una campaña muy desgastante, hasta que en 2008 una vecina se la ubicó y le dijo la neta: “Los vecinos no te van a ayudar cuando estés enferma, tu hija ha hecho mucho por la comunidad gay, tienen que aprender a vivir juntas porque nada más están ustedes dos”.


Irene Cabrera murió en 2009, a los 87 años. Fue sepultada en Apodaca. La familia los abandonó por el hecho de que Mario se convirtió en Glenda; sólo de vez en cuando un primo la visita. Evade el tema de su sexualidad.


—Antes de morir tuvo muchos detallitos conmigo, me aconsejó con la propiedad de mi casa. Me enseñó a usar la lavadora y recetas de cocina, me regaló ropa de mujer.


* * *


Glenda es una activista política solitaria. Donde haya un acto de resistencia, ahí está ella. Más si se trata de apoyar a las causa de la izquierda. Toda la vida ha sido antipriista.


—En las elecciones del 85 en Nuevo León, me fui por todo Gonzalitos; tumbé toda la propaganda de Jorge Treviño que veía en los postes, como tres cuadras. Ese fue mi primer acto de resistencia.


En 1988, sin una ideología clara, cuando estudiaba en la Facultad de Filosofía y Letras, participó en mítines en contra del fraude cometido a Cuauhtémoc Cárdenas. Dos años después le hablaron del PRD, pero no fue miembro activo: “Mi activismo político era muy débil, tanto que estuve a punto de volverme panista”.


Y en febrero de 1997 respaldó la precampaña del panista Felipe de Jesús Cantú por la alcaldía de Monterrey.


A principios de este año fue al Partido del Trabajo y al PRD a sondear si había oportunidad de que le dieran una candidatura. Se burlaron de ella.


Su casa se distingue de las demás porque tiene pegada propaganda de Andrés Manuel López Obrador, aun después de las elecciones presidenciales.


Piensa que con la derrota del candidato de las izquierdas es posible que se vaya del país, gente de oposición le ha dicho que su integridad corre peligro por su activismo solitario.


En su cuenta de Twitter, @PradoGlenda, escribió: “¡Si no hay anulación habrá revolución!”.


Y otras tantas consignas sociales desde la elección.


* * *


Glenda habitó una casa embrujada en el centro de la ciudad de Saltillo, veía sombras, animales corriendo. Los pájaros no bajaban al patio porque se morían. Se mudó después de un año de que ocurrieran sucesos inexplicables.


—Este don de leer las cartas lo tengo desde hace ocho o nueve años. Lo descubrí por accidente. Alrededor de esto me sucedieron muchas cosas, lo que me preguntes: demonios, fantasmas, ovnis. Las cosas más bizarras y más raras.


Después de una mala racha se dio cuenta de que tenía esos poderes. Visitaba a menudo panteones para meditar o tomar fotos; simplemente como divertimento para ver los nombres y fechas de las lápidas: “De repente, intentas ver con sus ojos el mundo que ellos vieron, qué sentían. Ellos se quedaron congelados en ese instante”.


En el panteón de Marín, Nuevo León, encontró una estatuita, un torso sin brazos ni piernas. Trabajaba en el Archivo Municipal. A partir de ese momento lo corrieron del trabajo, se acabó el dinero. Un año después, Susana, un transexual del municipio de Escobedo, empezó a interpretar sus sueños, a leerle las cartas. De ahí aprendió algunas cosas.


—Enfermaba gente con imposición de manos, empecé a buscar guía. Veía gente extraña en la calle.


La estatua se trataba de un trabajo de brujería que hicieron, Glenda absorbió el mal.


—¿Crees en el amor?


—No creo en el amor, dicen que las brujas nunca vamos a tener pareja.


—¿Y vuelas?


—A veces sí. Estoy a favor de la legalización de la marihuana.


* * *


Glenda está segura de que Saltillo es una ciudad embrujada, donde habitan hadas, duendes, ?genios y fantasmas que resguardan tesoros escondidos. Hay quienes cuentan, dice, que existe un demonio encerrado en el atrio de la catedral.


A principios de año leyó las cartas al gobernador Rubén Moreira para el periódico Vanguardia.


Nada más a eso se dedica, no ha encontrado trabajo. Son dos años de leerlas activamente.


—Todo lo que dije salió: hubo sequía muy fuerte, el alcalde tuvo problemas con una regidora del PAN, Rubén ganó pero le dieron muchas puñaladas por la espalda.


En las cartas también salió que buscaban asesinar a Felipe Calderón, y en una feria esotérica un reportero que cubre la fuente de gobierno se lo confirmó.


—Si te fijas, desde cierto mes del año Calderón ya no hace eventos públicos, en el sentido que ande en la calle saludando gente, o en las vallas, porque intentaron asesinarlo. Le atiné a todo lo que dije.


* * *


Durante la tercera marcha de la diversidad sexual en Saltillo, Glenda marchó al frente de la comitiva de autos, sola. Traía una falda morada, top negro; el rostro maquillado: blanco. Labios negros. Cadenas rodeando su cuello.


Una bandera con los colores del arcoiris en la mano; en la otra, el celular con el que tomó fotos y mandó muchos mensajes durante el evento.


—No me voy a exiliar, me acaban de decir. Me van a apoyar.
 

 

fuente: http://www.m-x.com.mx/2013-09-15/el-periodista-gay-que-escribia-cuentos-de-terror/

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